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Buscando a Varufakis

Buscando a Varufakis

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Viajo hasta Grecia para intentar entrevistar al hombre del momento. Yanis Varufakis acaba de dimitir como ministro de Finanzas del país Heleno. Tras enemistarse con los peces más gordos de la llamada troika y ganarles el pulso del NO, Varufakis ha dado un paso a un lado para que su flamante calva deje de brillar bajo los focos de la política internacional. Recibo un chivatazo que me lleva hasta el campus de Economía de la Universidad de Atenas, lugar de trabajo habitual de Varufakis en los últimos años. Tras una mañana entera recorriendo pasillos y llamando a los despachos de profesores y catedráticos sin conseguir una sola pista de dónde o cómo encontrar al popular exministro, me rindo y decido volver al hotel para descansar y replantear mi búsqueda. Mientras bajo las escaleras de la estación de metro del campus, veo a ras de calle un cartel con luces de neón en el que un pensador de Rodin bastante petado levanta unas pesas gigantescas desde el suelo hasta su barbilla. Luces de neón a plena luz del día, pienso en el rescate.  Junto al pensador, una inscripción en griego: Gimnasio&Sauna. Una corazonada me hace volver a subir los escalones del metro recién bajados y dirigirme hasta esa puerta. La abro y me encuentro en la recepción a un conserje de unos 80 años, que al verme pinta de extranjero me dice que la entrada cuesta 1.500 Dracmas si soy alemán o euro y medio si no lo soy. Un euro y medio es un precio barato para una corazonada, pienso, así que le doy dos euros y le digo que se quede con el cambio. Mientras camino dirección la sala de máquinas para echar un ojo, voy pensando en que no había pillado la broma de los Dracmas. De repente, el conserje aparece tras de mí con los cincuenta céntimos gritando en griego algo parecido a “hoy me dejas de propina cincuenta céntimos y mañana vienes a decirme que te quedas con el gimnasio por los intereses, que sois muy listillos los europeos”. Cojo los cincuenta céntimos explicándole al hombre que no era esa mi intención. “Muy listillos, me repite a voces. No hay que fiarse de ninguno, ese lo sabe mejor que nadie”, me dice el viejo conserje señalando con el dedo a un calvo que levanta pesas de espaldas tirando de unas cuerdas a un ritmo frenético. Creo que es él, pienso. Me acerco y veo en el respaldo del asiento de la máquina la famosa bufanda de cuadros. En un arranque detectivesco voy a tocar la bufanda como si eso fuera a darme la clave final de si el calvo de espaldas que hace pesas es o no Varufakis, y justo cuando mis dedos van a tocar la bufanda a cuadros, que creo que está usando para secarse el sudor, sin girarse, una voz como de Constantino Romero sale de su boca: - Ni se te ocurra hacer eso -me estremezco bastante, porque me recuerda la escena a alguna de las de Terminator, que ahora mismo no sabría concretar-. Un movimiento más y eres hombre muerto, chico -me dice la voz de Constantino Romero. -¿Señor Varufakis? –pregunto. - Puto amo Varufakis para ti, chico. ¿Cómo has dado conmigo? ¿Te manda la vieja del FMI para matarme? Ni lo intentes si no quieres que acabe usando tus huesos como palillo para dientes -me dice sin llegar a girarse. Balbuceo algo y me voy alejando poco a poco sin llegar a verle la cara. Salgo de la sala de máquinas y, mientras el viejo de la recepción me recuerda que los europeos somos unos listillos, la voz de Constantino Romero vuelve a sonar por algún altavoz del gimnasio: “Sayonara, baby”. Doy un brinco y salgo dando una carrera hasta las escaleras del metro. Supongo que ya he entrevistado a Varufakis. Me vuelvo a España.

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