La inflación ha disparado la diferencia de precios entre lo que se cobra en el campo por frutas y verduras y lo que pagamos los consumidores. El ajo nos cuesta en la tienda ocho veces más que lo que gana el agricultor. Ocurre algo similar con las patatas, la lechuga o el melón. Con la carne también pasa, pero en menor medida: la ternera y el cerdo ya triplican su precio.

Cabe recordar que, según el último informe realizado por el Banco de España, los hogares españoles se han vuelto pesimistas y han rebajado sus expectativas de consumo ante la incesante subida de precios. La inflación ya repercute en las cuentas familiares, del modo que las rentas más bajas ya han empezado a dejar de comprar cosas necesarias.

Por ejemplo, si se rompe un ordenador, toca compartir. Y si hablamos de vehículos, tampoco será este año el que se cambie de coche. Pero las rentas medias tampoco se libran, aunque en este caso afecta a su ahorro más que a su consumo. Los ciudadanos de a pie calculan que ahora ahorran el 50% de lo que antes podían ahorrar del resultado de los ingresos menos los gastos.

Esto hace que no haya dinero ni para imprevistos ni para reformas ni para gastos contundentes. Muchos son los que ahora se piensan la compra, por necesaria que sea, más de dos veces, y también quienes posponen sus vacaciones para cuando la situación mejore y los precios las hagan más asequibles.